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Uruguayo de la ciudad de San José de Mayo, la suya es una historia densa, desbordante de situaciones, preñada de anécdotas, algunas de las cuales asumieron categoría de mitos. Niño nacido en la mayor pobreza, que no tuvo estudios, su única opción fue el trabajo. Cuando con su certero instinto encontró el camino de la música, logró lo que se propuso: éxito y fortuna. Los egoísmos y las mezquindades que como todo ser humano pudo haber abrigado pasaron a segundo plano. Su labor y sus ideas fueron ejemplos a seguir. Y fue el aglutinante de sus compañeros, pues desde 1918 luchó por los derechos autorales, no reconocidos en esos tiempos, hasta culminar en la creación de la actual SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música), fundada en 1935 y cuyo edificio fue erigido en terrenos adquiridos por Canaro. Sus comienzos se confunden con los de la historia del tango. Tanto que un programa radial de mediados de los '50 acuñó una frase comodín para referirse a cualquier hecho muy antiguo: «De cuando Canaro ya tenía orquesta». Su fortuna dio pábulo, además, a un dicho popular: «Tiene más plata que Canaro», con el que se aludía a la opulencia de alguien. Se cuenta que estando Canaro con Gardel en el hipódromo, éste le pidió quinientos pesos (una suma entonces enorme) para apostar, pero advirtiéndole que se olvidara de la deuda: «Yo soy pobre, y vos tenés toda la guita (dinero) del país.» Es que al lado de Canaro, hasta Gardel era pobre. Canaro fue Pirincho desde el alumbramiento mismo. La partera, al tomarlo en sus manos, exclamó al verle tanto pelo y un mechón enhiesto: "¡Parece un pirincho!", aludiendo a un pájaro encrestado, común en el Río de la Plata. La familia llegó pronto a Buenos Aires, donde vivieron en casas de inquilinato (llamadas "conventillos"), en condiciones de extrema pobreza. Antes de cumplir los diez años ya voceaba diarios por la calle. Luego fue pintor de brocha gorda, y se empleó incluso en las obras del Congreso de la Nación. La música lo atraía. Su primer logro con ella fueron unos tonos que pudo arrancarle a una guitarra gracias a las enseñanzas de un vecino zapatero. Pero lo cautivaba el violín. A falta de dinero para adquirir uno, improvisó su Stradivarius con una lata de aceite y un mango de madera. «El primer tango que saqué de memoria fue "El llorón", de autor anónimo -recordaría muchos años después-. El estuche me lo fabricó mi vieja; en realidad una funda de género, y ya salí a ganar algo de plata en bailes de la vecindad.» Pero su debut oficial ocurrió en Ranchos, un pueblo perdido, a cien kilómetros de Buenos Aires. Se presentó allí con un trío, cuya actuación en aquel paraje duró poco, y por dos razones. Una fue que el palquito que sustentaba a los artistas tuvo que ser reforzado con chapas de hierro para guarecerlos de los balazos que solía intercambiar la clientela. La otra, que Canaro gustaba de las señoritas del local, atracción de la cual quiso disuadirlo el dueño del establecimiento, refiriéndole que el encargado de las muchachas tenía varias muertes en su haber. De regreso a casa conoció a un nuevo vecino, el bandoneonista Vicente Greco -el mismo que poco tiempo después impusiera la denominación de Orquesta Típica a los conjuntos tangueros-. Canaro reconocería tiempo después lo que influyeron en él los conocimientos de Greco. Corriendo el 1908 ya estaba decidido que el camino de Canaro estaría en el tango. Actúa por entonces en los cafés concert que abundaban en el barrio de la Boca y su nombre comienza a ser reconocido. Luego se une a su amigo Greco y en diversas giras van encontrando la prosperidad que anhelaban. En 1912 comenzó Canaro su trascendental labor de compositor con los tangos "Pinta brava" y "Matasanos" (sarcasmo por médico). A lo largo de su vida acumuló tal número de obras que hasta hoy se discute cuántas realmente nacieron de su inspiración, y de cuántas se apropió a cambio de favores o dinero. Pero como sostuvo el estudioso del tema Bruno Cespi, «con que Canaro haya compuesto sólo el cinco por ciento de todos los temas que firmó bastaría para considerarlo un grande.» "Matasanos" lo escribió a pedido de los estudiantes de medicina a punto de recibirse, que en el día de la primavera organizaban los llamados "Bailes del internado". Fue en uno de ellos cuando, contratado para presentarse con su conjunto, formado al efecto, por primera vez empuñó la batuta. Su orquesta fue la primera en ingresar en residencias aristocráticas, donde el tango era resistido. Musicalmente sus conjuntos no cultivaron un estilo definido. Canaro prefirió adaptarse a cada momento, encontrando siempre la manera de conservar su espacio sin entrar en competencia con otros astros del género. Sobre el abultado número de sus grabaciones no hay estimaciones coincidentes: las cifras varían entre 3500 y 7000. En 1924 concibió la ocurrencia de incorporar un cantor a la orquesta, aunque sólo para entonar el estribillo, breve tema central de cada tango. Dio así inicio a la era de los "estribillistas" o "chansonniers", el primero de los cuales fue Roberto Díaz. Varios años antes, Canaro había sido también pionero en la incorporación del contrabajo a la orquesta de tango, eligiendo para ese menester al morocho Leopoldo Thompson. En 1921, para animar los carnavales en el ya desaparecido teatro Opera, de Buenos Aires, formó una orquesta de 32 músicos, masa orquestal desconocida por el tango hasta ese momento. En 1925 marchó a París, donde el tango hacía furor. Ya estaban allí, entre otros, Manuel Pizarro y sus hermanos, cada uno con una diferente orquesta "Pizarro", y Canaro hizo lo propio con sus hermanos. Había llevado consigo a sus estribillistas Agustín Irusta y Roberto Fugazot, dúo al que unió con el pianista Lucio Demare. El resultante trío triunfaría en España y otros países de Europa por más de diez años. También presentó en París una cancionista, Teresa Asprella, ya residente en Francia, y cuando viajó a Estados Unidos convocó a Linda Telma. Cuando regresó al país tras dos años de ausencia, buenas orquestas concitaban la preferencia del público. Sagazmente, Canaro emprendió una extensa gira por el interior del país para hacerse conocer en todos los rincones. Luego, a medida que la radiofonía cobraba auge, la utilizó a fondo, hasta convertirse en la mayor estrella del éter. Aunque otros músicos habían evolucionado y desarrollado estilos personales, el apellido Canaro era conocido por todos. El teatro musical no fue su creación, pero todas las revistas que produjo fueron exitosas. Se valía de mínimos argumentos como pretexto para presentar sus números musicales. Sus cantores eran galanes, y a algunos tangos los modificaba para convertirlos en "sinfónicos", utilizándolos como oberturas o intermezzi, ejecutados por la orquesta desde el foso. Exhumaba antiguos tangos, rebautizándolos, y les volvía a cambiar el nombre si se les agregaba letra. Así, su tango sinfónico "Pájaro azul" provenía de su anterior "Nueve puntos"; "Halcón negro", de 1932, era previamente "La llamada", y ya con letra pasó a ser "Rosa de amor". Trató asimismo de imponer un nuevo ritmo, el tangón, que no resultó. También intentó con el milongón. Su único fracaso se lo propinó el cine. Fundó la productora Río de la Plata, pero ninguna de las películas de ese sello le dio ganancias, y más tarde le costó desprenderse de la empresa. Algunas de sus composiciones exitosas fueron "El chamuyo", "El pollito", "Charamusca", "Mano brava", "Nobleza de arrabal", "La tablada", "Destellos", "El opio", "Sentimiento gaucho", "La última copa", "Déjame", "Envidia", "Se dice de mí", "La brisa", "Madreselva" (anteriormente "La polla") y "El tigre Millán". En 1956 publicó sus memorias, tituladas "Mis 50 años con el tango", abundantes en adjetivaciones. Un extraño mal, la enfermedad de Paget, lo condujo a la muerte. Su fortuna fue repartida en partes iguales entre su esposa legal, "la francesa", por un lado, y las hijas nacidas de sus amores con una muchacha del coro de una de sus revistas, por el otro. En Montevideo una calle lleva su nombre. Hasta hoy, en Buenos Aires, ningún cine, ningún teatro, ninguna calle lo recuerda. Néstor Pinsón y Julio Nudler |